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jueves, 4 de febrero de 2010

LA TABA ROJA (Prólogo)


          Dicen que no pasa el tiempo, que quienes pasamos somos nosotros. Creo que quien pasa en realidad es la vida y el ser humano se aferra a ella como si de una tabla salvadora se tratara, para ir sorteando cada unos de sus naufragios y salir a flote vencedor. Así me siento hoy, salvada, invicta, respirando tranquila tras la tormenta. Si alguien me hubiera contado lo que me iba a suceder durante estos nueve meses, ya pasados, lo hubiera tratado de cretino.


         Y aquí estoy, en paz conmigo misma, con una maleta, que me ha costado lo indecible cerrar, con el jarrón de flores azules herméticamente cerrado y protegido por un embalaje exclusivo, con todo preparado junto a la puerta, para mañana temprano, iniciar un viaje especial.

         La noche acaba de cubrir la ciudad y me asomo a la terraza buscando ese hálito suave del final del verano, es propicia esta noche para vivirla, no me apetece perderla entre mis sábanas. La luna ha comenzado a salir tras las colinas que asoman por los resquicios que dejan los rascacielos.

         Esta vez no voy a inventar la existencia de ese señor que lleva de la mano a su nieto, ni la de esas señoras que han fundido sus tarjetas de crédito en el centro comercial que hay cuatro manzanas más abajo, ni la de ese grupo de jóvenes que proyectan su gran noche de viernes, ni la de esa pareja que se van besando ajenos al mundo que les rodea. No, ni siquiera voy a inventar la mía propia, porque mi existencia ahora es real.