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viernes, 26 de marzo de 2010

VIERNES DE DOLORES

           D. Enrique, párroco de San Pedro, te recibe de 5 a 7 de la tarde, sólo miércoles, jueves y viernes. Así que después de comer con mi madre (hoy es Viernes de Dolores), de menú tenía unas doradas que Isabel pescó en Motril, me encamine calle San Antón arriba. Mi padre tenía costumbre de llevar una docena de claveles rosas a las Maravillas, ritual que yo mantengo aunque ya la Hermandad no conserve ese hábito.


          La chaqueta estorbaba, el calorcillo primaveral empieza a reinar en las tardes de Granada.

         Puerta Real, Reyes Católicos, Salamanca, Bib-Rambla, Zacatín. Gran Vía….




Primera estación:

           -Una tarrina de avellana.- Es que el jueves fue de turrón y me gusta ir probando cada uno de los sabores de “Los italianos”. Desde marzo hasta el día de los Santos tengo tiempo de disfrutar de mi capricho favorito: un helado.

           Plaza Nueva era un hervidero de foráneos. Cada uno en su idioma, colores de piel distinta, indumentarias varias, eso si, todos cámara digital en ristre. Asomando sobre las tapias de la Vela, cabecillas inquietas.

          -¡Que bueno que está este helado!

          Por la Carrera del Darro, esquivando al autobús del Albayzín y a los que se quedan embobados mirando como el Cubo de la Alhambra quiere caerles encima.



Segunda estación.

         Aún me quedaba tiempo y seguí hasta el palacio de los Córdova, con un poco de suerte el Archivo Municipal estaría ya abierto. Desilusión, sólo abren en horario de mañana. Pues no sé cómo lo voy hacer porque yo, por la mañana, aunque parezca mentira, trabajo.






Tercera estación.

           Todavía no eran las 5, nada mejor que un buen café con hielo, por lo del calorcillo a esas horas, en el Paseo de los Tristes, frente al Carmen. Me pase de las 5.

-¡Buenas tardes!, ¿D. Enrique?.

-Si señora, pase. Dígame usted.

-Pues dos cosas. Traigo estos claveles para la Virgen-el párroco hizo un mohín, ya sabía yo que los de los claveles no se estilaba pero me hice de nuevas- y no sé si podrá ser, pero necesito la partida de bautismo y de matrimonio de mi abuela.

-¿A que está usted escribiendo?

-Pues si.

-Es que vienen muchos por aquí pidiendo lo mismo. Somos la parroquia más antigua de Granada.

-Mira eso no lo sabía, pensé que era S. Matías.

-Pues se equivoca.A ver, año de nacimiento y año de boda de su abuela.

-Anda pues esos datos no los tengo aquí, creí que con el nombre....

-Vamos a ver, mire,-y se dirigió al archivo lleno de interminables tomos de libros descoloridos por el paso del tiempo. Yo le seguía con mi ramo de claveles rosas-¿Cómo busco yo aquí a su abuela?. Necesito los años. Tenga mi tarjeta y me llama.

-¿Y la Virgen?.

-Ahí está.

-¿Puedo pasar a verla?.

-Claro, venga ya la están vistiendo sobre las andas.

-Es que yo me llamo como Ella.

-Hombre, Maravillas.

          Acalorada como estaba tuve que echar mano de la chaqueta. El olor a cera me llegó al alma, y el frío también.

         Allí estaba, ataviada sólo con el vestido y su mantilla blanca. Así me gusta verla parece humana, una mujer de carne y hueso. Cuando la cubren con el magnifico manto, la hacen inalcanzable. Tres hombres atornillaban los guardavelas y los várales del palio.

         D. Enrique andaba ya con el sacristán preparando el altar para la misa de ocho.

-Son para Ella-le dije a uno de los hombres que se afanaba en sacar brillo a la plata de uno de los candelabros. Él asintió y tomó mi ramo.

-Gracias, D. Enrique, ya le llamó.

-Adiós, Maravillas.