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viernes, 12 de diciembre de 2014

Fun, fun, fun

    Va sucediendo, sin intervención divina ni humana, simplemente porque ha de ocurrir y cuando quieres reaccionar se iluminan las bombillas, aparecen abetos surgidos del cemento, mil colores se ocupan de alegrar  desengaños. La Paz y el Amor se venden a precio de saldo.
    Una ciega Ilusión se pierde entre el paso de los años, se la van llevando aquellos que se fueron quién sabe dónde, mientras se acomoda en los pliegues de la piel un gélido desencanto. Desencanto que a veces, con uñas y dientes, entra en calor y caldea el corazón; otras en cambio, no lo consigue y el corazón tirita, porque ya usa dentadura postiza y tiene el mal vicio de comerse hasta los padrastros de sus dedos.
    El soniquete cansino de un villancico viene envuelto en brisa de nieve, avisando, alertando: “Este se acaba y bueno será el año que está por venir. ¿Seguro? ¿Usted me lo certifica? Porque en eso andamos hace ya,  y ¡oiga!, no hay manera”.

    A pesar de los pesares, se desembalan las figuritas de barro, envueltas en hojas de periódico de un año para otro; se coloca el puente de corcho sobre el río de aluminio donde brincan los peces; el castillo de Herodes sobre la caja de zapatos camuflada con papel y musgo. El pesebre, el Niño…Tres Reyes viejos como Matusalén cabalgan, sin moverse del sitio, despistados se equivocan y nunca dejan el regalo que con tanto hincapié pediste en la carta que por mensajero real les enviaste.  Se adorna el árbol. Se organiza, en bandeja plateada, el surtido de mantecados y polvorones y humedeciendo la palma de la mano se frota el carrizo de la zambomba  mientras otros a tu lado le dan a la pandereta y a la carrañaca.

    Entonces, las duquelas se diluyen entre parabienes y la tierna mirada de mis gurripatos hace posible la magia de la Navidad.