Copyright

©Propiedad Intelectual RTA-241-10

lunes, 27 de septiembre de 2010

DE LUNES

     La pantalla de plasma de mi ordenador, mi ventana virtual, se abre cada mañana con su repetitiva sintonía y aparece su azul eléctrico que destella sobre mi retina hasta que después de unos instantes, acostumbrada ya al resplandor, reacciona y consigo vislumbrar un mundo cibernético que es real.

     Cartapacios obesos, rebosan de papeles impregnados en tinta láser, guardando historias de recalo de aguas, rotura de cristales, colisiones en cadena, atracos en vía pública, cédulas de citación o partes de siniestro que, irónicamente, llaman amistosos.

     El teléfono no entiende de horarios y parece que tuviera vida propia, en cuanto me ve comienza a sonar llamando mi atención, incansable no cesa hasta notar mi mano sobre su plástico negro.

     Comienzo entonces mi peculiar manera de ganarme el pan de cada día entre arrobas, contraseñas, informes, comunicados, escaneos, aperturas, cierres y que sé yo. Y entre unas y otras cosas voy respirando profundo, intentando que mi moral no baje hasta mis pies, sorteando contratiempos y haciendo, uno tras otro, propósitos de enmienda que sin saber como me apaño, nunca cumplo y remuerden mi conciencia.

     Llegados a ese punto de cabreo, miro de soslayo la otra parte de mi vida, la que tengo a cien kilómetros de aquí, a hora y cuarto de autovía, la que de fijo me voy de este mundo y no estará concluida. En ese instante me digo que les vayan dando y sonrío con malicia, satisfecha. Y es que a mí, no me hicieron para esto, mi ADN está compuesto de luz, la que nace cada día tras el Morrote; de sol, el que me acaricia y puedo mirar de frente desde mi azotea; de campo, el que en primavera se viste de verde y rojo para mí; de música, algarabía de golondrinas y gorriones; de aire, que envuelto en jara y romero me visita cada tarde desde el Alcornocal; de agua, que brama sobre riscos y gayombas, barranco abajo, al encuentro del mar.