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lunes, 27 de septiembre de 2010

DE LUNES

     La pantalla de plasma de mi ordenador, mi ventana virtual, se abre cada mañana con su repetitiva sintonía y aparece su azul eléctrico que destella sobre mi retina hasta que después de unos instantes, acostumbrada ya al resplandor, reacciona y consigo vislumbrar un mundo cibernético que es real.

     Cartapacios obesos, rebosan de papeles impregnados en tinta láser, guardando historias de recalo de aguas, rotura de cristales, colisiones en cadena, atracos en vía pública, cédulas de citación o partes de siniestro que, irónicamente, llaman amistosos.

     El teléfono no entiende de horarios y parece que tuviera vida propia, en cuanto me ve comienza a sonar llamando mi atención, incansable no cesa hasta notar mi mano sobre su plástico negro.

     Comienzo entonces mi peculiar manera de ganarme el pan de cada día entre arrobas, contraseñas, informes, comunicados, escaneos, aperturas, cierres y que sé yo. Y entre unas y otras cosas voy respirando profundo, intentando que mi moral no baje hasta mis pies, sorteando contratiempos y haciendo, uno tras otro, propósitos de enmienda que sin saber como me apaño, nunca cumplo y remuerden mi conciencia.

     Llegados a ese punto de cabreo, miro de soslayo la otra parte de mi vida, la que tengo a cien kilómetros de aquí, a hora y cuarto de autovía, la que de fijo me voy de este mundo y no estará concluida. En ese instante me digo que les vayan dando y sonrío con malicia, satisfecha. Y es que a mí, no me hicieron para esto, mi ADN está compuesto de luz, la que nace cada día tras el Morrote; de sol, el que me acaricia y puedo mirar de frente desde mi azotea; de campo, el que en primavera se viste de verde y rojo para mí; de música, algarabía de golondrinas y gorriones; de aire, que envuelto en jara y romero me visita cada tarde desde el Alcornocal; de agua, que brama sobre riscos y gayombas, barranco abajo, al encuentro del mar.

lunes, 2 de agosto de 2010

LA MAGIA DEL PINTOR

La loseta del final del pasillo, me delató al pisarla y eso que iba con sumo cuidado, sigilosa, para que ella no descubriera que la espiaba, como cada tarde, a través de la rendija que dejaba la puerta a medio cerrar. Pero, calculé mal mis pasos.


La abuela se revolvió, asustada, en su taburete de madera torneada, dejando caer la paleta sobre la solería, donde el rojo y el blanco se alternaban a escuadra. En su mano derecha, el pincel, trazó una línea inoportuna que desfiguró lo que empezaba a ser una delicada magnolia.

-¡Niña!-gritó-que repullo me has dado y mira mi cuadro, ¡Jesús!

Yo, más amilanada que ella, al sentirme culpable del extravío de la flor, comencé a llorar.

-Venga, no llores, esto tiene apaño, ven, ya verás- vino a mí y besando con reiterada insistencia mi mejilla, sacó su pañuelo de hilo y sonó mi nariz, que ya moqueaba con tanta lágrima.

Arrimó una silla a su taburete y allí me sentó, junto a ella.

Ahora sí, a su lado, vi como la magia de su pincel iba reconstruyendo el pétalo emborronado, como los colores, por arte de birlibirloque, manchaban el lienzo en violetas, blancos, azules y pálidos amarillos.

-¡Abracadabra!, ya está-me miró orgullosa, retirándose hasta casi el fondo del cuarto para disfrutar de su obra.

¡La abuela hacía magia con su pincel y su paleta!, eso era que lo hacía cada tarde, encerrada en aquella habitación, donde me tenía terminantemente prohibido entrar, donde el resquicio de la puerta sólo me dejaba ver su silueta de espaldas, desde donde un penetrante olor a disolvente y aceite me envolvía mientras la acechaba.

-Abuela, yo quiero hacer magia como tú.

Sonrió y me volvió a llenar de besos sin contestar. Me cogió de la mano, entró en su dormitorio, buscó su monedero y atravesando el jardín de setos de boje de la casa, salimos a la calle. Yo la miraba de hito en hito, perpleja, no mediaba palabra, sólo sonreía complacida. Nos detuvimos al final de la calle y entramos en un enorme almacén que olía igual que la habitación donde la abuela hacía magia. Habló con el tendero. Por favor, también magenta, le indicaba ella, y uno del 0 y linaza y ese caballete, si ese, el más pequeño.

Cada tarde, cuando el sol caía perpendicular sobre el río que bordeaba la casa, la abuela y yo hacíamos magia.

Hoy, años después, alguien me comentó extrañado:

-¿Los pintores sois magos?

-Sí, porque sobre un lienzo en blanco dejamos la impronta de nuestra alma envuelta en luz y color.





martes, 4 de mayo de 2010

LAS CRUCES DE MAYO

Desde que me conozco, el Día de la Cruz ha sido uno de los grandes. Un revoleo, de claveles rojos, agitaba el aire, que a veces era de primavera, otras de un rezagado invierno. Guiñaban de patio en patio, de plazuela en plazuela, a un gentío que acudía a su reclamo.

La víspera, mi madre, planchaba cada volante de mi vestido de gitana. Sacaba del armario la caja de cartón donde guardaba los abalorios: zarcillos, collares de cuentas, pulseras, peinetas y flores de tela. Los zapatillos de tacón, salpicados de lunares, me esperaban al píe de mi cama.

El 3 de Mayo, amanecía.

De la Vega subían con las habas recién cortadas, los hortelanos, y de los hornos salían calientes y crujiendo, las salaillas.

Recorrer cada una de las cruces, era una obligación divertida. Caminaba junto a mi padre, mirando como los volantes de mi vestido bailaban al compás de mis pasos y los flecos del escote, iban y venían de un lado a otro, como las olas. Entonces llegábamos al Albayzín, a la Plaza de Aliatar, y buscábamos donde sentarnos en la terraza instalada junto a la Cruz, donde en la barra, servían cerveza fresquita o vino, de tapa: habas y salaillas, tortilla de patatas, pimientos fritos, migas… En el tablao, amenizado por guitarras, los más atrevidos bailaban al compás de granaínas, fandangos y sevillanas. Niña asómate a la reja, que te tengo que decir, que te tengo que decir un recaico a la oreja…Quiero vivir en Granada solamente por oír, la campana de la Vela, cuando me voy a dormir…

¿Sabes?-me relataba mi padre-hace muchos años, muchos, muchísimos, tantos que ni me acuerdo, que un rey editó un bando en el que escribió que cada 3 de Mayo se celebraría una fiesta en honor de la Santa Cruz. Entonces, los vecinos se reunieron y sacaron a sus patios lo mejor que tenían en sus casas: mantones, cuadros, cacharrería de cobre, colchas, jarrones de cerámica, espejos…y levantaron una cruz de flores…y acomodaron las macetas de geranios…y cubrieron el empedrado con juncia, romero, mastranzo…y espigas de cebada y trigo...y todos juntos celebraron la fiesta. Con el paso del tiempo se convirtió en una tradición popular y cada uno de los elementos es característico y tiene su significado.

Mira-proseguía él con su elocuencia-las casas de vecinos, antes, todas tenían patios, lo heredamos de los árabes, pero esto te lo contaré otro día. Alrededor de ellos, que solía tener tres plantas, estaban las viviendas. En el centro de ese patio tan singular, siempre había una fuente, por eso en cada Cruz no puede faltar la fuente con su surtidor. Yo, lo que no entendía, era aquel pero atravesado con las tijeras. Te lo explico-carraspeaba para aclararse la voz-nadie quiere que le pongan peros a su Cruz, de modo que si alguien se atreve a tal cosa, con las tijeras le cortarán la lengua.

Jamás me he atrevido a poner peros, por si acaso.

Un chavea tiraba entonces de la chaqueta de papá.

-Zeñorico, sea usté apañao y deme un chavico pá la Santa Cruz.

Mi padre rebuscaba en sus bolsillos y sacaba dos reales.

sábado, 1 de mayo de 2010

MAMÁ

Andamos siempre discutiendo, sin enfados, pero sin ponernos de acuerdo. Es que no me comprende, pienso yo. ¿Tan difícil es entender lo que le digo?, pensará ella.


Me cuenta que no fue fácil, dos días de parto y la cría sin querer nacer. Era la primera, antes se malogró. Dos turnos de matronas. Pero Loli, ¿aún estás aquí? Ella sólo acertaba a llorar, impaciente y nerviosa. De pronto, como un vendaval, de madrugada, el día de Todos los Santos, abrió sus ojillos una niña de pelo negro, regordeta y sonrosada.

Una tarde de verano fue la peor, no despertabas de tu sueño -me sigue relatando-ardías como la lumbre. Te envolví en una mantilla y así, como estabas, me tiré a la calle en busca del médico, que gracias a Dios, tenía la consulta cerca de nuestra casa. Anginas diagnosticó. La fiebre te había dejado inconsciente…

Han pasado cincuenta años, y ella sigue ahí, cómo si fuera mi sombra. Pequeña y peripuesta.

Dice le duele todo, pero cada día se compone, se pinta sus ojos, delinea sus labios y peinada de peluquería, bolso al hombro, pasea sus 86 años por los Jardincillos o la ribera del Genil, luego un café con sus hijas y una vueltecilla por el CorteInglés. Sólo voy a mirar, se excusa. Nada como una buena siesta después de almorzar y de ver la novela. Por la tarde, con un manejo envidiable del mando a distancia, revisaba todos los canales de su tdt.

Amante de la buena mesa, en el pueblo, se deleita con su placer favorito y complacemos sus caprichos de: buñuelos con chocolate o migas de sémola con pescado o habas con jamón o puchero de coles. Nunca le falta su vasillo de buen vino.

Mañana es primer domingo de Mayo y no te he comprado ningún regalo, creó que esta pincelada de frases entrelazadas son una buena felicitación: ¡te quiero, mamá!

miércoles, 14 de abril de 2010

VA POR GRANADA


       ¡Que manía de cambiar, lo que está bien, tiene estos gobernantes! Nos quieren hacer comulgar con ruedas de molino, aclarándonos que la modernidad impera, que hay que adaptarse a los nuevos tiempos. Pues así será, pero yo por más vueltas que le doy, no entiendo esa filosofía.

       Me estoy refiriendo a los nuevos espacios para disfrute público, que se están inaugurando estos días en Granada, y cuyas obras se han financiado, dicen, con la ayuda del Gobierno Central a raíz de la crisis, paro y demás males que nos oprimen.

       Ese encanto tan singular, tan emblemático, de mi ciudad, conocido en el mundo entero, está siendo sacrificado en pro de un cosmopolitismo que nos viene grande. Entiendo que existan grandes avenidas, con no sé cuantos carriles, edificios que dañan tu cuello al intentar alcanzar con la mirada sus inexistentes tejados, plazas que no son tales, donde campea el cemento y el hierro, pero aquí, en Granada, esos decorados sin alma, dañan la vista y el sentimiento.

       Ríos de tinta han corrido desde el siglo XIX, cuando a los ilustrísimos ilustrados liberales se les ocurrido embovedar el río Darro, dando fin y destruyendo un patrimonio que no les pertenecía. Decidieron enterrar, a pico y pala, el curso del río desde Plaza Nueva hasta su desembocadura en el Genil. A cambio: calles, entonces adoquinadas, hoy asfaltadas. Adiós al Puente del Carbón, al Puente de la Paja, al Puente de Castañeda…, adiós a las casas de su ribera, a los talleres de artesanía, a sus recoletas calles…Pero se congratularon ellos, ya que podían circular con sus flamantes carruajes por donde antes sólo discurría el agua, amén de la alta cotización que alcanzaron los edificios construidos a ambos lados de los márgenes fluviales donde antes florecían almeces, moredas y agriaces. Aquella remodelación se hizo para mejorar la economía de la ciudad. Claro que la mejoraron: la de sus propios bolsillos.

       No tuvieron bastante y dirigieron su interés hacía el barrio nazarí de Elvira, derribando cuanto les estorbaba para construir una gran avenida, por lo de la expansión, y abren la arteria de la Gran Vía. Acto seguido, los nuevos edificios: palacetes copiados de la rancia Europa, al que cada uno ponía su nombre y gritaba a los cuatros vientos su poder.

       Desaparecieron en unos años los que perduró durante siglos, en favor de una modernidad ficticia y bien remunerada para los propietarios del suelo urbanizado, que además eran también, claro está, los que ostentaban el poder. Quizás, ni se les pasó por sus mentes privilegiadas, que tal vez Granada debería haber crecido por el extrarradio, a las afueras de la Medina.

       Pasó el tiempo y los que vinieron después hicieron público el error cometido, error que ya no tenía apaño. Lo hecho, hecho está. Lo que aún no había sido destruido, se mantuvo, se restauró.

       Pero el ser humano no escarmienta y llegamos a la actualidad sin haber aprendido la lección de los que nos precedieron y estos de ahora, nuevos iluminados, vuelven a las andadas. Sirva como ejemplo el palacete decimonónico de la calle Alhamar, en el barrio Fígares, destruido en su totalidad y en su solar un enorme hotel de unas cuántas estrellas, de nuevo hierro y cemento donde la vegetación envolvía una coqueta vivienda o el horroroso pavimento de La Alcaicería que ha sustituido al magnífico empedrado granaíno. De pena.
       Y siguen remodelando: Plaza de San Agustín, Plaza de la Romanilla, Huerto de Carlos (Albayzín), Placeta del Humilladero,…y así hasta el infinito. Menos mal que después de un año de obras, al Paseo del Salón y Jardinillos, sólo se han atrevido a agrandarles las aceras, eso sí, las han alumbrado con una especie de alcayatas gigantes.

viernes, 26 de marzo de 2010

VIERNES DE DOLORES

           D. Enrique, párroco de San Pedro, te recibe de 5 a 7 de la tarde, sólo miércoles, jueves y viernes. Así que después de comer con mi madre (hoy es Viernes de Dolores), de menú tenía unas doradas que Isabel pescó en Motril, me encamine calle San Antón arriba. Mi padre tenía costumbre de llevar una docena de claveles rosas a las Maravillas, ritual que yo mantengo aunque ya la Hermandad no conserve ese hábito.


          La chaqueta estorbaba, el calorcillo primaveral empieza a reinar en las tardes de Granada.

         Puerta Real, Reyes Católicos, Salamanca, Bib-Rambla, Zacatín. Gran Vía….




Primera estación:

           -Una tarrina de avellana.- Es que el jueves fue de turrón y me gusta ir probando cada uno de los sabores de “Los italianos”. Desde marzo hasta el día de los Santos tengo tiempo de disfrutar de mi capricho favorito: un helado.

           Plaza Nueva era un hervidero de foráneos. Cada uno en su idioma, colores de piel distinta, indumentarias varias, eso si, todos cámara digital en ristre. Asomando sobre las tapias de la Vela, cabecillas inquietas.

          -¡Que bueno que está este helado!

          Por la Carrera del Darro, esquivando al autobús del Albayzín y a los que se quedan embobados mirando como el Cubo de la Alhambra quiere caerles encima.



Segunda estación.

         Aún me quedaba tiempo y seguí hasta el palacio de los Córdova, con un poco de suerte el Archivo Municipal estaría ya abierto. Desilusión, sólo abren en horario de mañana. Pues no sé cómo lo voy hacer porque yo, por la mañana, aunque parezca mentira, trabajo.






Tercera estación.

           Todavía no eran las 5, nada mejor que un buen café con hielo, por lo del calorcillo a esas horas, en el Paseo de los Tristes, frente al Carmen. Me pase de las 5.

-¡Buenas tardes!, ¿D. Enrique?.

-Si señora, pase. Dígame usted.

-Pues dos cosas. Traigo estos claveles para la Virgen-el párroco hizo un mohín, ya sabía yo que los de los claveles no se estilaba pero me hice de nuevas- y no sé si podrá ser, pero necesito la partida de bautismo y de matrimonio de mi abuela.

-¿A que está usted escribiendo?

-Pues si.

-Es que vienen muchos por aquí pidiendo lo mismo. Somos la parroquia más antigua de Granada.

-Mira eso no lo sabía, pensé que era S. Matías.

-Pues se equivoca.A ver, año de nacimiento y año de boda de su abuela.

-Anda pues esos datos no los tengo aquí, creí que con el nombre....

-Vamos a ver, mire,-y se dirigió al archivo lleno de interminables tomos de libros descoloridos por el paso del tiempo. Yo le seguía con mi ramo de claveles rosas-¿Cómo busco yo aquí a su abuela?. Necesito los años. Tenga mi tarjeta y me llama.

-¿Y la Virgen?.

-Ahí está.

-¿Puedo pasar a verla?.

-Claro, venga ya la están vistiendo sobre las andas.

-Es que yo me llamo como Ella.

-Hombre, Maravillas.

          Acalorada como estaba tuve que echar mano de la chaqueta. El olor a cera me llegó al alma, y el frío también.

         Allí estaba, ataviada sólo con el vestido y su mantilla blanca. Así me gusta verla parece humana, una mujer de carne y hueso. Cuando la cubren con el magnifico manto, la hacen inalcanzable. Tres hombres atornillaban los guardavelas y los várales del palio.

         D. Enrique andaba ya con el sacristán preparando el altar para la misa de ocho.

-Son para Ella-le dije a uno de los hombres que se afanaba en sacar brillo a la plata de uno de los candelabros. Él asintió y tomó mi ramo.

-Gracias, D. Enrique, ya le llamó.

-Adiós, Maravillas.



jueves, 4 de febrero de 2010

LA TABA ROJA (Prólogo)


          Dicen que no pasa el tiempo, que quienes pasamos somos nosotros. Creo que quien pasa en realidad es la vida y el ser humano se aferra a ella como si de una tabla salvadora se tratara, para ir sorteando cada unos de sus naufragios y salir a flote vencedor. Así me siento hoy, salvada, invicta, respirando tranquila tras la tormenta. Si alguien me hubiera contado lo que me iba a suceder durante estos nueve meses, ya pasados, lo hubiera tratado de cretino.


         Y aquí estoy, en paz conmigo misma, con una maleta, que me ha costado lo indecible cerrar, con el jarrón de flores azules herméticamente cerrado y protegido por un embalaje exclusivo, con todo preparado junto a la puerta, para mañana temprano, iniciar un viaje especial.

         La noche acaba de cubrir la ciudad y me asomo a la terraza buscando ese hálito suave del final del verano, es propicia esta noche para vivirla, no me apetece perderla entre mis sábanas. La luna ha comenzado a salir tras las colinas que asoman por los resquicios que dejan los rascacielos.

         Esta vez no voy a inventar la existencia de ese señor que lleva de la mano a su nieto, ni la de esas señoras que han fundido sus tarjetas de crédito en el centro comercial que hay cuatro manzanas más abajo, ni la de ese grupo de jóvenes que proyectan su gran noche de viernes, ni la de esa pareja que se van besando ajenos al mundo que les rodea. No, ni siquiera voy a inventar la mía propia, porque mi existencia ahora es real.