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viernes, 18 de diciembre de 2009

EL CARTUCHO DE MANTECADOS


Abro la enésima tarjeta de felicitación navideña desde mi correo electrónico, porque aquéllas en papel, con sonrosados pastorcillos de Ferrándiz ya sólo las encuentro en esa caja metálica del Colacao donde he ido guardando, año tras año, trozos de recuerdos.


Las campanillas, campanean; los renos vuelan veloces sobre una nieve que nieva; Papa Noel, con risa gutural incluida, me ofrece una cajita envuelta en papel rojo brillante y adornado con un lazo blanco; de fondo musical el Merry Christmas, cuyo estribillo soy incapaz de tararear porque, el inglés, como que me traba la lengua.

Agradezco al remitente su cortesía a la par que mi mente recuerda lo sencillo que era cantar cómo beben los peces en el río, mientras la Virgen María lavaba pañales y tendía en el romero.

La calle, engalanada para la ocasión, se cubre de miles de lucecitas, que ya no son globos cristalinos de colores, cuyos filamentos incandescentes nos alumbraban hasta la noche de Reyes, ahora parpadean bombillas de led, por lo del ahorro energético. Desde los escaparates de las interminables tiendas, miles de reclamos te invitan a comprar Felicidad disfrazada de pantalla de plasma o de blackberry (trasto que todavía no sé para qué sirve). El gentío, aturullado y de bulla, de un lado para otro, va con los hombros caídos por el peso de paquetes y bolsas. El gran abeto preside, hierático, la plaza del Ayuntamiento.

Al pobre nigeriano de la esquina, que luchó contra vientos y mareas en el cayuco que le desembarcó aquí, se le acerca la autoridad y le induce a recoger sus paraguas plegables y bolsos de cuero, en cumplimiento de la recién estrenada Ley de Convivencia Ciudadana, por la que queda prohibida la venta en la vía pública sin papeles, amén de malabaristas, payasos, mimos y músicos callejeros, que corren la misma suerte.

Sólo falta el pavo, la langosta, la piña, el caviar…, y los regalos y el traje y los adornos y las velas y…!ya es Navidad!

Sin ser vista, me escabullo y me alejo de esta locura con mi cartucho de mantecados. Y por si acaso, y en previsión de males mayores, desenvuelvo las pequeñas figuras de barro, que de un año para otro duermen entre hojas de periódico, escondidas en su caja de cartón dentro del altillo de mi armario.

A la burra ya le falta una oreja y la lavandera, manca del brazo derecho, frota la ropa, de rodillas, sobre su tabla, en la orilla del río de papel de aluminio. Los Reyes Magos siguen intactos, encaminándose solemnes al puente de corcho. Herodes, en su castillo, medita como combatir a ese Rey que le disputará el trono. Los pastores dormitan bajo un cielo imaginario, mientras la Estrella, que siempre se cae porque la chincheta no termina de clavarse, les muestra el pesebre.


Cuando cojo al Niño entre mis dedos, Él, parece sentir el calor de mis manos. Después de mullir la paja, con sigilo, lo dejo sobre su cuna, no quisiera despertarlo.

En ese instante, el gallo, canta anunciando la madrugada.



miércoles, 2 de diciembre de 2009

DIMES Y DIRETES


           Ando más liá que la pata de un romano, que si fue que si vino, que si dejo de ir, y no es por enredar, pero para líos, los del Montepío. No lo veo yo, esto, muy claro, aunque todo es según el cristal con que se mire y sin embargo, a quién madruga Dios le ayuda, aunque a mí por mucho madrugar no me amanece más temprano.


           Ya lo sé, teta y sopas no caben en la boca, pero es que nadie escarmienta en cabeza ajena, y yo como ese que mucho abarca y poco aprieta, y ahí, me acuerdo otra vez de Dios, que Él sí que aprieta pero no ahoga.

           Mi madre siempre me dice: -¡Niña, que no se puede estar en misa y repicando! Y yo le respondo que el que algo quiere, algo le cuesta. Y ella me contesta que sólo soy aprendiz de todo y oficinal de nada.

           Sin embargo, el que la sigue, la consigue, de modo que por un oído me entra y por el otro me sale, y a la mar marea y a la Virgen cirios. A ver qué pasa, porque el que no llora no mama.

           Terca como una mula y por donde meto la cabeza quiero sacarla, pero sarna con gusto no pica, de manera que no importa si no puedo, yo quiero y querer es poder, así que yo: genio y figura hasta la sepultura.

miércoles, 21 de octubre de 2009

UNA PINCELADA OTOÑAL

A este Otoño no sé que le está pasando. Viene envolviéndome con sus tonos ocres y dorados, enredando sentimientos, como queriendo vulnerar mi calma, arremetiendo contra pasiones y dejando el alma desnuda ante la mirada maligna del desasosiego.

Suspira Octubre haciendo bailar sus hojas, satisfecho por el trono reconquistado al placentero Estío y se va cubriendo de esa alfombra seca que cruje bajo los pies, al pisar.

He de tomarme un respiro, a ver si me tranquilizo, porque sino esta araña, en cuya tela he caído y de la que me cuesta escapar, terminará devorándome.

No acabo de “entrar en agujas”, será que le queda poco carbón a mi locomotora o que sus engranajes van faltos de aceite, el caso es que cada trance surge más empinado, cuajado de trabas que me impiden avanzar y me paso las horas nadando contracorriente.

Desorientada giro a mi alrededor buscando ese punto de luz que me indicará el final del laberinto. Cuesta verlo, maldita miopía que me impide resolver este dilema.

Pero no hay mal que cien años dure, la vida aprieta pero no ahoga, y sin darme apenas cuenta abro mi mente y ahí está, el más común de los sentidos: el sentido común, ese que mide tres dedos de frente.



Míralo, ¡y tiene la osadía de sonreírme!. Y extiendo mi mano atrapándolo.
Me hace cosquillas en la piel, ¡estate quieto!, le digo, pero parece no escucharme y sigue jugueteando hasta llegar a mi corazón. Se acomoda en mi interior y mostrándome la puerta de escape, me lanza guiños de complicidad.

Este Otoño me está asestando una de cal y otra de arena, menos mal que a mi lado tengo quién me adiestra para sobrevivir. Un atardecer me reveló su secreto: “de las dos caras de la moneda siempre escoge la buena, a la pérfida le echas una cruz”.

martes, 6 de octubre de 2009

INSTANTES ÚNICOS

A las siete, como cada mañana, la radio-despertador irrumpe en mis sueños y me devuelve a la realidad. Como un autómata y desembarazándome de los brazos de Morfeo aprieto el interruptor y desconecto la machacona voz del periodista de turno. Tras unos minutos vuelve el soniquete que con avidez y con cierta imparcialidad, me informa de la crisis que nos ahoga, de una nueva víctima de la violencia de género o de si Kaká marcó gol, o si quién nos los está metiendo a pares es Joan Laporta.

Termino apagando el receptor y prometiéndome a mi misma que un día de estos volveré a poner sobre mi mesilla de noche el reloj del abuelo con su incesante tic-tac, (al que tendría que acostumbrarme para poder conciliar mi sueño), así al menos, sería realidad la utopía de que el mundo está en paz.


Giro mi cabeza y en mi almohada, como un bendito, mi pareja aún duerme. Suavemente dejo sobre sus labios mis buenos días a la par que él abre sus ojos regalándome su mirada color de almendra.


Un nuevo día a estrenar, otro por descubrir y vivir sus veinticuatro horas, podría ser el último o uno más o tal vez ese que siempre recuerdas de una manera especial. Entre tanto, él, ya me ha preparado un buen café.
Los críos siguen mis pasos escudriñando por las taquillas de la cocina en busca de un vaso para su leche.


Y comienza ese frenético gesto de mirar las manecillas que marcan el paso del tiempo persiguiendo no llegar tarde, el estar ahí en el momento justo.
Parece rutina, piensas que siempre es igual, pero si consigues presionar la tecla de parada y dejar fija la imagen observas que hay detalles que hacen cada escena diferente, distinta, única.
Entonces reparas en que el sol calienta un poco menos, que la brisa del mar hoy es de Levante, que el capullo se ha convertido en una rosa perfecta, que en tu pelo aparecen reflejos de plata, que él ha cogido tu mano y te estremeces, que la voz de tu hijo está desafinada o que tu princesa, calzada sobre tacones, te pide que seas su cómplice nocturna.
Ningún instante es semejante a otro, ni siquiera los latidos innatos del corazón, y menos los de este mío cincuentón que brinca y se acelera, inconsciente,

cada Otoño.


Don Juan, al que llaman Tenorio, ya está ciñéndose su espada y cubierto con capa y sombrero volverá a reinar en mi primer día de Noviembre.

sábado, 12 de septiembre de 2009

AQUEL 16 DE JULIO DE 1.997

Miguel Ángel Blanco había sido secuestrado y su vida pendía de un hilo.
Me pasé dos días frente al televisor, acariciando mi pronunciado vientre. En el séptimo mes, la ecografía, desvelo que sería varón. Apretaba su culito contra mi pared abdominal, tanto que conseguía darle palmaditas hasta que cambiaba su postura a una más cómoda para los dos.
No me sentía bien. Aquella tarde su padre y yo, nos dirigimos a urgencias. En pocos minutos me encontré conectada a la máquina que escupía sin cesar gráficos y escalas. El bebé estaba bien pero había que ingresarme, se acercaba el parto, un parto complicado por la cesárea anterior.
Mala suerte, la planta de Maternal estaba completa, no había camas libres, así que nos devolvieron a casa. Ya avisarían.
Otra vez me senté frente al televisor y abrazada de nuevo a mi vientre intentaba entender lo que estaba pasando en Ermua: Miguel Ángel apareció herido de muerte con dos tiros en la cabeza. Murió de madrugada.
Sonó el teléfono, una voz amable me indicó que disponía de alojamiento en tan peculiar hotel.
En la habitación, dos camas. Me designaron la que estaba junto a la ventana, desde ella la vista era un gran lienzo: La Sabika coronada por la Alhambra.
Sobre la colcha, se disponían con orden matemático: el enorme camisón, toalla y sobrecitos con gel y champú para el aseo personal.
Dos días trascurrieron entre visitas del médico, analíticas, pruebas…y nueva compañera de habitación, por cierto se quejaba de todo, le dolía todo, lloraba por todo. No llegó para darme ánimos precisamente. Achaqué tantos miedos y llantinas a su condición de primeriza.
Amaneció el tercer día, miércoles. Era especial, festividad de la Virgen del Carmen.
Aunque hubiera preferido seguir durmiendo un rato más no tuve elección, de modo que abrí el grifo y dejé caer sobre mí el agua que, en multitud de gotitas cristalinas, esparcía la alcachofa de la ducha. Inmóvil, sentía correr aquel líquido incoloro sobre mi piel y observaba como blincaba sobre mi vientre, como una cascada, hasta mis pies. Reaccioné cuando la novata me indicó que era su turno para usar el baño.
El desayuno estaba servido en bandeja: café con leche y bollo.
La siguiente actividad programada para el día era la visita a la consulta del médico.
Al entrar, éste me espetó un “como dan lugar ustedes a ponerse de esta forma”. Agradable el gordinflón. ¿Se había mirado él al espejo aquella mañana?.
Mi niño no estaba cómodo, me daba pequeños avisos, quería ver el sol, respirar el aire de aquella tarde de Julio, oír a los pajarillos reclamando cobijo en las ramas de los árboles…Casi me había quedado dormida escuchando el galopar del potrillo que parecía su corazón, cuando la puerta de la sala de motorización se abrió entrando un grupo de batas blancas.
En la zona lumbar, entre las vértebras, el anestesista introdujo un líquido, ignoro su color, que me hizo sentir una pequeña descarga eléctrica. Comencé a no sentir mi cintura, ni mis piernas y me trasformé en corcho. ¡Qué frío y duro el aluminio de la mesa de operaciones!. Sobre mi vientre dispusieron un telón verde.
El reloj analógico de la pared marcaba las 6 y diez de la tarde.
Noté el bisturí abriéndose camino. No lo percibí.
Aquellas batas blancas seguían pululando al mí alrededor como mariposas. Al dar las siete, una de las alevillas abrió su amplia sonrisa y se escucho un llanto.
Envuelto en una sábana, siempre verde, me entrego a mi niño.


(Escrito el 16 de julio de 2.009, doce años después)

jueves, 10 de septiembre de 2009

MISERIA

Algunos hablan de miseria, califican con este vocablo la causa endémica de migrar a otros lugares en busca de mejores condiciones de vida.
Entiendo por miseria: desgracia, pobreza extrema, insignificante, desaseo.
He tratado de encontrar tales males en estas casitas blancas, que apiñadas, unas contra otras, se extienden al píe de la Sierra, arropando el nacimiento del agua bajo el tajo, escondidas tras el Alcornocal, abiertas a la inmensidad del mar, y en verdad que no he hallado ni el más leve resquicio de la tal miseria.
Ocurrió hace tiempo que la llamada del progreso sorprendió a muchos y abrumados llenaron baúles y valijas. Volvieron su cabeza al atravesar la Loma, mirando por última vez su pueblo y con el corazón repleto de esperanza se aventuraron en ciudades extrañas. El lance a la mayoría les salió bien.
Fueron valientes.
Hubo quién se atrevió a quedarse: ¿un lugar mejor?, adonde.
Aquí tengo mi casa, mi familia y algún que otro jornal; y yo, un par de fincas con almendros, algarrobos y olivos; y yo aquél riego. Cuando arranque las papas te llevaré un saco; y yo cuando muela te daré unas arrobas de aceite; y yo cuando siegue te dejaré paja y trigo. Y en la cuadra el marrano engorda para navidad; y las gallinas que ponen huevos; y el conejo para al arroz, que tierno; y el pulpo secándose en el terrado, junto a los higos; y en la lumbre, sobre las estrébedes, chisporroteando la leña, hierve la olla con el puchero de coles.
Tuvieron valor.
Años duros para todos en una batalla sin cuartel pretendiendo bienestar. Amor propio a manos llenas. Fue su aliado el tiempo que, con su trascurrir, les colmo de vástagos, desahogos, libertades y recuerdos.
Hoy unos y otros se dan la mano, refrendando la victoria sobre el destino, orgullosos por haber conseguido que este lugar no sucumba al abandono.
Amanece tras el Morrote, como cada día, como siempre y duele mirar la blancura de la cal cuando la castiga el sol.
¿Miseria?, a la lucha del hombre por sobrevivir yo le llamo Libertad.

domingo, 30 de agosto de 2009

LAS FIESTAS


Miro las banderitas de papel, que cuelgan entre el tejado del Molino y la reja de mi ventana. Ya solitarias y azotadas de vez en cuando, por este aire de Levante de finales de Agosto.
¡Hasta el año que viene¡. Suspira el corazón y se consuela pensando: está a la vuelta de la esquina. Si, una vuelta de esquina de más de trescientos días, pero cuando alcanzas el medio centenar de vida los trancos de la escalera se bajan , ya has dejado de subir (que realmente es lo que cuesta), y de ahí pienso, la bulla del tiempo.
¡Cuánto se va quedando atrás…¡, y eso es bueno porque lo has vivido.
Éstas han sido distintas. El marco ha dado un giro de 360º.
Los primeros comentarios del cambio me llegaron en Junio, -¿sabes que las fiestas van a ser en el Mirador?- me dijeron. Puede ser buena idea, cavilé. Lo cierto es que la situación lo estaba pidiendo a voces.
El aparcamiento bajo el Mercado y la Consulta del médico hacía ya que agobiaba al personal y no era el lugar idóneo para celebrar las fiestas patronales que año tras año ganaban fama y adeptos: la orquesta cada vez ocupando más pista de baile con voltios, amperios y decibelios propagándose por retinas y tímpanos; sauna gratis cuando te marcabas unos pasodobles; si remoloneabas un poco en la cena las mesas ya estaban ocupadas; hileras de vehículos aparcados que habías de ir sorteando; invasión total del centro de la villa.
La controversia estaba servida.
Desde mi entender el cambio ha sido para bien, cierto que la víspera me encontré rara, desubicada, que diría un hispanoamericano. El decorado no casaba con mis anteriores “santocristos” pero la brisa de la Sierra me traía el mismo aroma de romeros y tomillos. La parentela, amigos y conocidos deambulaban en torno a mí. No, no me había equivocado de localidad, simplemente surgió la metamorfosis, nuestro Pueblo se hizo mayor y sus pantalones cortos como que le quedaban chicos y precisaba vestirse de largo. Y así fue.

viernes, 7 de agosto de 2009

LA CURIOSIDAD MATÓ AL GATO

El armario del dormitorio de sus padres siempre estaba cerrado. La llave era inalcanzable para él, permanecía escondida en lo alto del mueble,. Cuando la madre tenía que trajinar en él, cerraba previamente la puerta de la estancia y el crío, al que se le quedaba cara de bobo, permanecía inmóvil en el pasillo:-“Espera ahí, mamá tiene algo que hacer”. Y esperaba. Era misterioso aquél armazón de caoba de seis hojas, tan alto que tenía que doblar la cabeza hacía atrás para ver su fin.


Una vez más se encogió de hombros y buscó su “madelman” de policía y se puso a jugar. No era el original, pero no importaba. La pasada Navidad se ve que los Reyes Magos de Oriente no entendieron muy bien su carta y le dejaron sobre sus zapatos, impecables después de la limpieza con crema marrón que le prodigó su padre, aquel muñeco larguirucho al que los ojos se le habían medio borrado.
La fila frente a la entrada de la escuela parecía no ponerse de acuerdo por lo que la maestra exhortó a sus diminutos discípulos para que tuvieran a bien poner un poco de orden y alinearse de manera correcta. Ni caso, por lo que alzando su voz sobre la algarabía de los párvulos les dijo que si continuaban así pasarían la mañana en el patio, castigados, y no tendrían recreo. Surtió efecto la amenaza y al instante cada cuál tocó el hombro de su compañero, estirando todo lo posible el brazo, quedando una alineación impecable.





Margarita era su compañera de pupitre. Peripuesta como ella sola, con un lazo en su pelo a juego con el vestido. No jugaba, le estaba vetado corretear, podía caerse, mancharse y lo peor, parecería un marimacho, las señoritas han de saber comportarse, le aconsejaba siempre su dominante progenitora. Eso sí, cuando arreciaba el calor, gustaba de sentarse a la sombra del enorme Platanero de Indias junto al resto de la clase, los demás al verla venir decían con guasa: ¡dejarle sitio a Margarita en el banco, que en la tierra no la dejan¡. La preferida del pequeño era Luisa, ella si que sabía jugar. Experta con la peonza a la que hacia bailar ya fuera sobre la tierra o sobre la palma de su mano; y con las chapas, sólo Ricardito osaba enfrentarse a ella. Alguna vez, las menos, le ganó la partida.
Las vacaciones de Navidad estaban a la vuelta de la esquina y andaban atareados dibujando y dando color a las felicitaciones que días después entregarían a sus familias.
Él, sobre una cartulina, dispuso uno junto a otro a los tres Reyes. Barba y cabellos blancos, abundantes y largos: Melchor; barba y cabellos rojos y cortos: Gaspar; cabeza rapada, negro y con turbante: Baltasar. Sobre ellos la mágica estrella que los guió a Belén. Al filo, casi cayéndose de la cuartilla, plasmó un garabato en el que se podía adivinar su nombre: Tomás.
El sabelotodo de la clase miró su dibujo y lanzó una carcajada:
-Tomás sigue pintando a los Reyes Magos, ¡so tonto¡ si son mentira,-gritaba.
El lápiz cayó de entre sus dedos y miró perplejo al inútil que ante él seguía con sus risotadas.
-¿Pero es que todavía no lo sabes?
-¿El que tengo que saber listillo?- se envalentonó.
-Pues que los reyes son tus padres, capullo.
Enmudeció y bajo la mirada. Tras una pausa atinó a responder:
-El capullo lo serás tú por eso tus reyes son tus padres, a mi estos, –y señalaba sus regios personajes- son los que me traen los juguetes.
Doña Antonia, que así se llamaba la maestra, les reclamó: -Niños, por favor, silencio. ¡Basta ya¡-. Hubo de repetirlo unas cuantas veces hasta que consiguió que el
timbre de su voz sobrepasara el griterío de la chiquillería. Entonces se dirigió a ellos indicándoles que podían recoger. Les deseó unas felices navidades y dio por terminado el primer tramo del curso escolar.
El armario de sus padres continuaba burlándose de él. Qué curioso, en estos días el regodeo era mayúsculo.
En la casa todo era un ir y venir preparando la Nochebuena y su madre volvía de la calle cargada de paquetes y bolsas. Cuando la llamaba ella le contestaba que ahora no podía atenderlo, que estaba muy ocupada, que fuera en busca de la abuela que nada estaba haciendo.
Pero el chiquillo andaba inquieto, tenía que abrir aquél gigante y descubrir que secreto guardaba en sus entrañas. Desconocía cómo, cuándo y con qué. Su pequeña cabeza empezó a elaborar estrategias las que, por un motivo u otro, se desvanecían en mil y un inconvenientes. Estaba inmerso en sus cavilaciones cuando el aroma de una sopa de picadillo atravesó el umbral de la cocina y lo alertó del menú de la cena: era su preferido.


Los mayores hablaban y él, en silencio, pensaba. ¡Alto ahí¡… ¿ qué estaba diciendo su padre?, que iban a salir, que tenían una cita con sus amigos, que se quedaba sólo con la abuela. Casi se atraganta al sorber el caldo con los fideos. Aquella iba a ser la noche en la que vencería a su enemigo.
El beso maternal sobre su sonrosada mejilla era la señal.
-Buenas noches, mi chiquitillo, que descanses, hasta mañana y no le des quehacer a la abuela.
Y se marcharon.
Aferrado a su linterna saltó de la cama. Se acercó al cuarto de la abuela y comprobó que ya dormía. Sólo se percibía el tictac del despertador.





Ya estaba ante él. Colocó una silla y encima un taburete. Y escaló hasta la cima del mueble. De puntillas sobre la anea palpo el alto hasta que notó la frialdad de la llave. Descendió de su atalaya enfrentándose a la cerradura. Su corazón se aceleró. El resbalón cedió y se abrió la puerta.
Su madre, que regresó ya de madrugada, lo encontró sentado ante el armario abierto. Estaba ausente, ido, pétreo. Junto a él, un Madelman original.







miércoles, 5 de agosto de 2009

SU SECRETO



La niña solo daba problemas, claro que lo que él entendía por problemas sólo era una forma de ver la vida.
En su cuarto, frente al libro de matemáticas, los versos se unían en poesía. La física, laboratorio improvisado de fantásticos personajes de leyenda. El latín, se conjugaba en prosa.
Los pasos de papá en el pasillo advertían a la niña. Un montón de cuadernos y libros cubrían sus folios manuscritos.
-¿Estarás estudiando?-.
-Si-. Sonreía maliciosamente cuando él desaparecía tras cerrar la puerta. Una vez más su secreto estaba a salvo.
Los estíos, entre clases particulares y fines de semana a la orilla del mar. En Septiembre lograba un tímido aprobado que le otorgaba el beneficio de pasar de curso.
Reuniones clandestinas en las horas libres, asambleas en la facultad revindicando Libertad y Democracia.
En su cuarto, su secreto seguía a salvo.
Se agotaron las convocatorias.
-¿Qué va a ser de ti?,... y esas amistades tuyas, no me gustan-.
Silencio por respuesta.
Ella seguía cortando hojas del almanaque que colgaba de la pared. Cambiaban los años, el diseño de los números y el Santoral.
Sin ser consciente del paso del tiempo, una mañana al mirarse en el espejo, comprobó su metamorfosis. Contempló a un ser adulto, pero su alma seguía repleta de sueños.
Rebuscó inquita en los cajones de la mesa de estudio, allí seguían sus escritos.
Suspiró complacida.

lunes, 4 de mayo de 2009

LA SANTA CRUZ




Tratar de ubicar esta fiesta en el tiempo resulta imposible. Data de muy antiguo. Lo que si está acreditado es que se inició como un homenaje militar a la Cruz, quizás en agradecimiento por las Cruzadas victoriosas frente al enemigo infiel.
El redoble de los tambores avisa, a muy temprana hora, con las claras del día, a todos los vecinos del lugar de que empieza una jornada de asueto. Tras recorrer las calles inician un nuevo recorrido deteniéndose en los distintos hogares donde durante un año se han custodiado cada una de las insignias.







Primero el Sable, después el Pincho, luego la Bandera. Por último se recoge y se incorpora a la comitiva la Madrina . Juntos hacen entrada en la Iglesia y da comienzo la misa solemne, puntualmente a las doce del mediodía.


Una vez terminado el Oficio, la Santa Cruz engalanada con flores e infinidad de cintas bordadas por las mujeres del pueblo y como pago de los favores recibidos por la venerada Cruz, comienza la procesión.





Más tarde el Ayuntamiento invita a comer a todos los asistentes.



Al caer la tarde y cuando el sol va desapareciendo tras el Alcornocal nuevamente se recorren la calles de la localidad, esta vez para el rezo del Santo Rosario. Terminada la peregrinación y ya en la plaza los nuevos mayordomos recogen las insignias que guardarán hasta el próximo 3 de Mayo.





La celebración termina acompañando, todos los vecinos hasta su vivienda, a la nueva Madrina que guardará el pequeño cofre de madera repletos de las cintas bordadas. Como agradecimiento la familia invita al personal a una copita de anís y pestiños.
Pero lo relatado no siempre ha sido así. El paso de los años va cambiando la tradición y se amolda a los nuevos tiempos.
Volviendo al pasado: enfermedades, calamidades, malas cosechas..., regían el devenir cotidiano de los campesinos, los que aferrados a su fe rezaban ante su Cruz intentando que por su mediación sus males fueran menores, prometiendo que de ser así la servirían organizando la fiesta del 3 de Mayo y bordando la mujer de la casa una cinta en recuerdo del favor recibido.
Ocurría que la familia, cuya manda debía de ser cumplida, se empeñaba económicamente de tal forma que hubo quién sucumbió en la ruina, por lo que era peor “el remedio que la enfermedad”. Por ello y dado que la celebración era de tal magnitud dineraria allá por los años 40, el párroco de aquél entonces decidió que no se celebrase más la festividad de la Santa Cruz.
Quedó en el olvido pero no en el fervor del pueblo.
Después de 35 años, la localidad añoraba tan singular y tradicional rito. Cada primavera solicitaban al párroco de turno recuperarlo y por fin accedió, eso si con una condición: las mandas no volverían a incluir tan opulentos y cuantiosos festejos a cargo de una familia.
Así se hizo y hasta hoy, donde todos y cada uno de los vecinos participamos en la exaltación de la Cruz. Las vísperas unas mujeres preparan las viandas y otras disponen la Iglesia y las andas de la Cruz. Los hombres se encargan de los trabajos más pesados.
Y aquella antigua tradición sigue viva en nuestra comunidad convertida en manifestación religiosa y profana a la vez, siendo el día del año en el que la convivencia y hermandad se respira por cada callejuela bajo la protección de la Santa Cruz.

sábado, 2 de mayo de 2009

LA CASA

LA PANTA BAJA.
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ENTRADA Y COMEDOR
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La Casa, desde primeros de s.XX se había destinado a posada del pueblo. Por ello la planta baja estaba destinada a cuadra, cocina y zaguán.

En la cuadra, los pesebres se ubicaban en el lateral derecho, a lo largo del muro. Sobre cada uno, un atadero en madera. Un ventanuco dejaba pasar luz y aire. En su día hubo de tener mejor aspecto del que nosotros encontramos, convertida en almacen de mil chirimbolos.


Dejarla diáfana, picar, rebajar suelo para dar altura, levantar tabiques, abrir hueco para comunicarla con la cocina, quitar pesebres respetando los ataderos, ampliar el vetanuco...
Diseñé dos aparadores que son el detalle coqueto de la habitación.















El resultado no necesita de más explicación.


LA COCINA
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A la voz de "quiero todo el mundo fuera, a la calle" Pepe Cañas, se enfrentó ante un muro de 85 cm. de grosor, todo él de tierra y piedras. Había que abrir una puerta para comunicar la cuadra (hoy comedor) con la cocina. Se rebajo el suelo hasta conseguir la altura óptima de la habitación. Se cerró el acceso a los cuartos y la cochinera y se reconstruyó la chimenea. Mi amiga Carmen y yo con el metro de costura fuimos midiendo y diseñando el tipíco rincón donde preparo mis mejores pucheros de hinojos ó coles.

La restauración de las vigas del techo, una por una, de cada estancia de la casa, ha sido fruto de la paciencia y buen hacer de Nicolás. Por eso creo que merece un punto aparte.












































domingo, 26 de abril de 2009

UN ANTES Y UN DESPUES Cap.1


La ruina era total. ¿Donde nos habíamos metido?.
Aquel 15 de Septiembre de 2.001 decidimos comprar la Casa.

Un sueño, una ilusión...y mucho trabajo, como si de una cenicienta se tratara, un montón de escombros se convirtieron en un hogar acogedor y extraordinario.
En marzo de 2.003, Nicolás armado con su picola, comenzó a picar. Iniciaba la trasformación.
Un año de ir y venir, de Granada a Lújar, de Lújar a Motril. Con el frío de Enero y con la calina de Julio. Aprovechando los fines de semana, puentes, vacaciones. Bajarte del coche y cambiar zapatos por botas, camisa por camiseta...Ordenador y portafolios por cubo de mezcla y palustre.



El equipo humano, lo mejor a la par que especial.
Encargado de la obra: el abuelo.
Empresa: Pepe "Cañas" e hijos.
Los peones: Nicolás y su hermano Mariano.
La maquinaría: las mulillas Rojilla y Lucera.
Los expertos en transporte de material y desescombros: Juan y Pablo (nuestros sobrinos).
El resultado de tan ardua labor de equipo fue el que ahora os paso a relatar, pero como muestra basta este botón. El antes y el después.












jueves, 16 de abril de 2009

LLEGA LA PRIMAVERA

Cada primavera, fiel a su cita, el almendro florece. Sus ramas ennegrecidas, rugosas, se llenan de vida y su copa amanece inmaculada.
El aire llega envuelto en la dulce fragancia que hace recordar a la miel, transportandote a la niñez.

El abuelo traía escondida una fuente de barro. Yo le había visto entrar y corrí hacía él, -¿Qué es, abuelito?, ¿qué traes?-. El sonreía malicioso y contestaba, -Nada, nada.











Cuando por fin accedía a mostrarnos el contenido de la fuente, la boca se hacía agua: un panal. Corríamos a la sombra de la parra y sentadas, mojabamos nuestros dedillos en la dulce golosina derramada, para después ir lamiendo cada unos de ellos.

Con su navaja troceaba la cera y nos daba. Al mascarla podias libar toda la miel de cada una de las celdas.
"Dulces recuerdos de niñez.

Entre soles y almendros: néctar dorado para la vejez.

Chiquilla, ¿quieres miel?,

para verano una orza te llevaré,

y el azabache de tu mirada en mi corazón prenderé."



lunes, 13 de abril de 2009

SEMANA SANTA

El Silencio pasea Granada.
Su caminar lento atraviesa callejuelas.
Cuatro cirios iluminan su cuerpo inerte.
Las cadenas que arrastran su cortejo, rechinan sobre los adoquines, en medio de la oscuridad.
Y ando buscando escaleras para subir a su Cruz y la Saeta le envuelve entre incienso y cera. Es su compaña la luna llena de Abril.

"¡Oh, la saeta, el cantar al Cristo de los gitanos, siempre con sangre en las manos, siempre por desenclavar! ¡Cantar del pueblo andaluz, que todas las primaveras anda pidiendo escaleras para subir a la cruz! ¡Cantar de la tierra mía, que echa flores al Jesús de la agonía, y es la fe de mis mayores! ¡Oh, no eres tú mi cantar! ¡No puedo cantar, ni quiero a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en el mar!" (Antonio Machado).

miércoles, 25 de marzo de 2009

MICRORELATO

No sabía que aquel culo era un corazón dibujado en su honor.
Se alejó del tronco del magnolio, entornó los ojos. Si, a esa distancia si, pero ningún nombre aparecía grabado, ni siquiera unas iniciales que dieran una pista.
Paseó alrededor del árbol, hallaría algún indicio del autor. Alzó su cabeza observando el espeso follaje. Apartó con sus pies la hojarasca. Nada.
-¡Ya está!-.
Esbozó una dulce sonrisa. Buscó en el bolsillo del pantalón la navaja que la prima Mariana le regaló por su cumpleaños. Arañando la corteza, trazó una flecha y escribió: Antonio y Javier.
Mariana, escondida tras al arrayán, suspiró, encogió sus hombros y salió del jardín.

viernes, 20 de marzo de 2009

ANTONIO GÓMEZ DE ARANDA REYES


Antonio Gómez de Aranda Reyes

Granada 29/06/1.924
Granada 18/09/2000

Segundo hijo de Antonio Gómez de Aranda Sotomayor (Villanueva de las Algaidas-Málaga) y Carmen Reyes Garrido (Granada).
Nieto de Manuel Gómez de Aranda y Carmen Sotomayor línea paterna y de D. Manuel Reyes Clavero y Gumersinda Garrido línea materna.








El Pilar del paseo. Sangraba y no podía contener la hemorragia. Una herida abierta donde comienza la nariz hasta debajo del inicio de su ceja izquierda. Una de sus citracices.
El Bosque de la Alhambra. Es tarde, el niño no viene, todos le buscan, al final aparece, en sus manos, un gran tesoro: un nido de gorriones. Y el tirachinas en su pantalón.
El Rio Darro. Toda la ropa mojada y en los bolsillos los trofeos conquistados.
Dª Carmen tomó una determinación, Antoñito debía asistir al colegio, así no podían continuar. La Tata le consentía en exceso, su Maestro particular era incapaz de controlar su asistencia. La Academia Isidoriana, fue el centro escogido.
No contaron con la aprobación del niño. Su Libertad se esfumó y empezó a formar parte del mundo, un mundo que se la hacia infinito. Hasta ese día, Antoñito, sólo salía del Carmen con su madre a Misa. La familia les visitaba, los amigos también, los empleados de la casa se ocupaban de todo... El Carmen era su vida, no necesitaba nada más.
Su padre, Dº Antonio, ocupaba su tiempo en su afición favorita, la Caza, y en sus quehaceres agrícolas. Nada más. Contradictoriamente, fue un abuelo maravilloso. Su hermano Arturo, mayor que él siete años, tampoco le acompañaba en sus “travesuras”, pero fue su modelo, su ídolo. Sufrió Arturo. Durante la Guerra Civil se alistó con el rango de Alférez Provisional. Tuvo que dirigir un pelotón de fusilamiento en contra de su voluntad. No lo superó en toda su vida. Estuvo de seminarista, y no encontró la paz que buscaba. Decidió “gastar su vida” atendiendo al marginado. Se instaló en Madrid, donde se casó ya mayor. Tanto se preocupó del prójimo que se olvidó de él. Murió con 58 años y sin hijos. Su hermana Carmen, la pequeña de los tres hermanos, murió al año de nacer, lo que marcó a su madre el resto de su vida. Más tarde, Dª Carmen, buscaría a su niña en su nieta mayor, Maravillas.
Y creció, pero seguía siendo Antoñito para todos. Y eran muchos.
Formaban una gran pandilla de amigos y de primas. Su favorita, Merceditas. Bailes en el paseo del Carmen, junto al Rio Darro, cobraban la entrada y costeaban los gastos.
Comenzó a colaboran con su padre, en la Gestoria. Ahí comenzó su vida profesional, lo que le llevaría a convertirse en uno de los mejores Agentes de Seguros de Granada.
Y conoció a Loli, una de la dos hijas del teniente retirado de la Guardia Civil, Francisco Moreno, que en ese momento era funcionario del Ayuntamiento de Granada y amigo de su padre, por la relación laboral de ambos.
1.946, Gran Vía de Granada, Café-Musical Wollywood, artista invitado Antonio Machín. Allí la vio, entre un grupo de amigas. Y encontró su salvación.
En esa época, Antoñito, era un joven vital, alegre, con don de gentes, alocado en exceso (tal vez intentando huir de su realidad), preocupado de vivir sólo el instante, amante de las motos, inseparable de sus amigos...
Loli puso orden en su vida. Y todo comenzó a tener sentido.
Ella, maestra nacional en ejercicio en la localidad de Los Díaz, provincia de Granada.
Su noviazgo duró diez largos e intensos años. En el verano de 1.956 por fin, se casaron. Loli dejó el magisterio y se dedicó a su nuevo papel de esposa. En 1.957 nació su primera hija, Maravillas,(le prometió a la Virgen que si su primer hijo era niña le pondría su nombre, en recuerdo de la hermana que perdió). Catorce meses después nació la segunda, Inmaculada.
Alto, delgado, elegante, excelente tertuliano, gran conservador de sus orígenes, experto en relaciones públicas, amante de su hogar, apasionado por la naturaleza (dedicaba su tiempo libre a dar grandes paseos por el campo y por Sierra Nevada, así como a cazar la perdiz roja y el conejo), ameno escritor, perfeccionista, persuasivo, nervioso,... y como buen granaíno, gracioso y malafollá. Esto último no es una mala palabra, es una forma de ver la vida, una forma de ser, es algo único del granadino. No tiene traducción.
Y llegó la jubilación,1 de Septiembre de 1.990. Nunca superó esta nueva etapa de su vida, con ironía la llamaba “aparcamiento del ser humano”.
De nuevo, la cifra 10. Diez años vivió con su condición de jubilado, se fue el 18 de septiembre de 2.000.

viernes, 20 de febrero de 2009

"EL PUEBLO" 7º Capítulo



El Gallo, señorito del corral, con arrogante soberbia, lanza su canto hacia el amanecer y los primeros rayos de Sol, van asomándose, tímidos, tras el Morrote, y el silencio va tornándose en un nuevo día.
Crepita la leña y la olla de café, empieza a hervir. El pan, el queso, higos secos. Un tazón de leche con sopas. El mulo patea el empedrado y la herradura de su pezuña, tintinea avisando que su amo se acerca.
Un trasiego de caballerías.
El cántaro, enristre a la cintura y en la mano el caldero. A por agua a la Fuente, las faenas de la casa esperan.
Hasta el año 1.975, no hubo agua corriente en las viviendas.
El abuelo nos había regalado un cantarillo de barro, a cada una.
Me gustaba acomodarlo en mi cadera y rodearlo con mi brazo derecho. Caminando con altanería, llegaba al Pilar, y con mucho cuidado no se colara una sangüijuela, esperaba que el agua rebosara por la boca del cántaro. Inma me imitaba, y luego me seguía, mirando hacia los lados, escondiéndose. Daniel, había jurado quebrarle el cántaro. Y nos esperaba escondido en el Callejón de los Porras, y nos hacia correr para escapar de sus malas intenciones. Un fatal día, lo consiguió. Inma lloraba inconsolable, su cántaro, su precioso cantarillo.

En una mano el coscurro de hogaza y en la otra la onza de chocolate, pasábamos calle adelante hacia Plaza, donde el resto de la chiquillería nos esperaba, claro que también nos esperaba apostillada en las Escalerillas, Encarna la de Angélico, y en un abrir y cerrar de ojos Inma se quedaba mirando su mano vacía, su onza de chocolate había desaparecido. Encarna, la miraba desafiante mientras saboreaba el dulce cacao.

“A tapar la calle que no pase nadie....”. La Plaza se llenaba de canciones de comba: “Doce son los Hijos de Jacob....”, “Pluma, tintero y papel....”. De canciones de corro: “Donde están las llaves?, matarile, matarile...”. Y así una tarde y otra.

A la “piola” no me gustaba jugar, ni al “pirri”. Mi constitución física no me permitía saltar sobre la espalda de otra niña, ni ir empujando a la pata coja, un trozo plano de piedra sorteando las distintas fases de los cuadrados. Cuando nos reuníamos con los niños, tomábamos el pueblo. Los juegos más populares: “El Alto” y “Piedra Libre” dos variantes del famoso Escondite. En el primero se jugaba por grupos y eran eliminados aquellos que eran descubiertos. El segundo era individual, uno se la “quedaba” mientras el resto se escondía, si eras descubierto te eliminaban, pero si conseguías llegar a la esquina que era la meta sin ser visto, gritabas a los Cuatro Vientos: “piedra libre por mí”. Estabas salvado.

sábado, 14 de febrero de 2009

"EL PUEBLO" 6º Capitulo



Andábamos nerviosas, inquietas. Este 14 de Septiembre de 1.970, estábamos en el Pueblo.

Santo Cristo, nuestro Patrón, el Patrón de Lújar. ¡Las Fiestas!.






Mirábamos la Loma Tarajá sin parpadear, esperando vislumbrar una pequeña polvareda, prueba inequívoca de que el camión con los músicos llegaba al Pueblo. Corríamos ilusionadas, Cuesta del Calvario arriba, a esperar a la Banda. La chiquillería tras la música por las calles empedradas y los seseantes zumbidos de los cohetes, anunciaban el comienzo de las fiestas patronales.


Tras la Misa solemne, concierto en la Plaza a cargo de la Banda de Música.


















Por la tarde, por las calles del Pueblo, con la fresca, la Procesión del Cristo, en sus pequeñas andas, rebosando de flores, esparragueras y nardos. Los más pequeños abrían el solemne cortejo con la Cruz de guía y los cirios, las mujeres, ordenadas en dos filas, con velas, con recogimiento unas, otras con pequeños secretos al oído. Luego el Cura y el Paso, llevado a hombros por cuatro hombres, detrás el resto de varones, en grupo, sin orden, venerando a su Santo Patrón.
No es fácil describir el sentimiento, hay que vivirlo. La interminable traca de pólvora, ensordece tus oídos, la música, el olor a cera, la multitud fervorosa en la Plaza y la visión de Cristo asomándose al cancel de la Iglesia, hace que un escalofrió recorra todo tu cuerpo, una lágrima se desliza suavemente por tu mejilla, un suspiro profundo devuelve la respiración contenida. Desde tu interior y en silencio, le gritas: “Gracias”.
Y la Corrida de Cintas.
Durante las tardes de estío, las “mozuelas” del Pueblo, bordaban con primor, cintas de colores, que luego se colgaban en alto, a lo ancho de la calle, entre la Plaza y la Escuela.
Los “mozuelos”, cual hidalgos jinetes sobre mulos aparejados con arreos de gala, habían de pasar bajo la guirnalda variopinta, y empuñando un afilado trozo de vara, ensartar la anilla sujeta a la cinta. Como pájaros libres de su jaula, las cintas revoloteaban, desplegando sus primorosas labores y desvelando el nombre (secreto hasta ese momento), de su creadora.
Se las conocía como “Las Manolas”. El último día de las fiestas se las agasajaba con un baile.




Bajo un inmenso cielo parpadeante, con infinidad de estrellas, la música inundaba el aire, y la alegría reinaba soberana.
El Conjunto, grupo musical que amenizaba el baile, complacía, una a una, las peticiones de su “público”: pasodobles, rumbas, tangos... y la canción del verano, para los más jóvenes.




La pista de baile, al aire libre, instalada entre la Escuela y el Salón Parroquial, quedaba a un nivel más bajo de la calle principal, por lo que le permitía a las mujeres de más edad, “vigilar” unas y “cotillear” otras. Bajo ningún concepto, entrarían a formar parte de la verbena.
La baranda de troncos y ramas de pino, bordeaba toda la pista, impregnando el aire con su olor inconfundible a verde y resina.



Con el Gordo, a las doce en punto de la noche, las fiestas daban fin. Empezaba en ese momento la cuenta atrás para otro Santo Cristo. Y final del verano, vuelta al Colegio.
Era el momento de las despedidas. Los que habían emigrado a Barcelona, Mallorca, Almería, no volverían hasta pasado un año. Cruda realidad del andaluz de aquella época, obligado a dejar su tierra, su familia, su hogar, a cambio de un sustento para los suyos.