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miércoles, 21 de octubre de 2009

UNA PINCELADA OTOÑAL

A este Otoño no sé que le está pasando. Viene envolviéndome con sus tonos ocres y dorados, enredando sentimientos, como queriendo vulnerar mi calma, arremetiendo contra pasiones y dejando el alma desnuda ante la mirada maligna del desasosiego.

Suspira Octubre haciendo bailar sus hojas, satisfecho por el trono reconquistado al placentero Estío y se va cubriendo de esa alfombra seca que cruje bajo los pies, al pisar.

He de tomarme un respiro, a ver si me tranquilizo, porque sino esta araña, en cuya tela he caído y de la que me cuesta escapar, terminará devorándome.

No acabo de “entrar en agujas”, será que le queda poco carbón a mi locomotora o que sus engranajes van faltos de aceite, el caso es que cada trance surge más empinado, cuajado de trabas que me impiden avanzar y me paso las horas nadando contracorriente.

Desorientada giro a mi alrededor buscando ese punto de luz que me indicará el final del laberinto. Cuesta verlo, maldita miopía que me impide resolver este dilema.

Pero no hay mal que cien años dure, la vida aprieta pero no ahoga, y sin darme apenas cuenta abro mi mente y ahí está, el más común de los sentidos: el sentido común, ese que mide tres dedos de frente.



Míralo, ¡y tiene la osadía de sonreírme!. Y extiendo mi mano atrapándolo.
Me hace cosquillas en la piel, ¡estate quieto!, le digo, pero parece no escucharme y sigue jugueteando hasta llegar a mi corazón. Se acomoda en mi interior y mostrándome la puerta de escape, me lanza guiños de complicidad.

Este Otoño me está asestando una de cal y otra de arena, menos mal que a mi lado tengo quién me adiestra para sobrevivir. Un atardecer me reveló su secreto: “de las dos caras de la moneda siempre escoge la buena, a la pérfida le echas una cruz”.

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