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lunes, 2 de agosto de 2010

LA MAGIA DEL PINTOR

La loseta del final del pasillo, me delató al pisarla y eso que iba con sumo cuidado, sigilosa, para que ella no descubriera que la espiaba, como cada tarde, a través de la rendija que dejaba la puerta a medio cerrar. Pero, calculé mal mis pasos.


La abuela se revolvió, asustada, en su taburete de madera torneada, dejando caer la paleta sobre la solería, donde el rojo y el blanco se alternaban a escuadra. En su mano derecha, el pincel, trazó una línea inoportuna que desfiguró lo que empezaba a ser una delicada magnolia.

-¡Niña!-gritó-que repullo me has dado y mira mi cuadro, ¡Jesús!

Yo, más amilanada que ella, al sentirme culpable del extravío de la flor, comencé a llorar.

-Venga, no llores, esto tiene apaño, ven, ya verás- vino a mí y besando con reiterada insistencia mi mejilla, sacó su pañuelo de hilo y sonó mi nariz, que ya moqueaba con tanta lágrima.

Arrimó una silla a su taburete y allí me sentó, junto a ella.

Ahora sí, a su lado, vi como la magia de su pincel iba reconstruyendo el pétalo emborronado, como los colores, por arte de birlibirloque, manchaban el lienzo en violetas, blancos, azules y pálidos amarillos.

-¡Abracadabra!, ya está-me miró orgullosa, retirándose hasta casi el fondo del cuarto para disfrutar de su obra.

¡La abuela hacía magia con su pincel y su paleta!, eso era que lo hacía cada tarde, encerrada en aquella habitación, donde me tenía terminantemente prohibido entrar, donde el resquicio de la puerta sólo me dejaba ver su silueta de espaldas, desde donde un penetrante olor a disolvente y aceite me envolvía mientras la acechaba.

-Abuela, yo quiero hacer magia como tú.

Sonrió y me volvió a llenar de besos sin contestar. Me cogió de la mano, entró en su dormitorio, buscó su monedero y atravesando el jardín de setos de boje de la casa, salimos a la calle. Yo la miraba de hito en hito, perpleja, no mediaba palabra, sólo sonreía complacida. Nos detuvimos al final de la calle y entramos en un enorme almacén que olía igual que la habitación donde la abuela hacía magia. Habló con el tendero. Por favor, también magenta, le indicaba ella, y uno del 0 y linaza y ese caballete, si ese, el más pequeño.

Cada tarde, cuando el sol caía perpendicular sobre el río que bordeaba la casa, la abuela y yo hacíamos magia.

Hoy, años después, alguien me comentó extrañado:

-¿Los pintores sois magos?

-Sí, porque sobre un lienzo en blanco dejamos la impronta de nuestra alma envuelta en luz y color.





2 comentarios:

  1. Hola , se que comprenderas ... al leer de tu abuela me puse a llorar . Echo mucho de menos a la mia ... no era pintora como la tuya ..pero tenia su magia ... y los besotones ..esos quisas hallan sido iguales . Me gustaria que continuaras a escribir que lo haces de maravilla .. no nos dejes solos ..y cuentanos tus recuerdos . Un saludo desde un Carmen del Albaizin en paratas ..mirando hacia Comarex . Se me olvidaba : soy restauradora de pinturas y tambien pintora ( acuarelas) y si te apetece esta es mi mail : alizarina.art@gmail.com . Hasta Pronto !!

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    1. Lamento no haber leído tu comentario hasta hoy. Tengo abandonado el blog ya que mi quehacer diario apenas me deja tiempo. Me alegra y me halaga lo que dices. Tomo nota de ti. Saludos, Mara

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