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viernes, 20 de febrero de 2009

"EL PUEBLO" 7º Capítulo



El Gallo, señorito del corral, con arrogante soberbia, lanza su canto hacia el amanecer y los primeros rayos de Sol, van asomándose, tímidos, tras el Morrote, y el silencio va tornándose en un nuevo día.
Crepita la leña y la olla de café, empieza a hervir. El pan, el queso, higos secos. Un tazón de leche con sopas. El mulo patea el empedrado y la herradura de su pezuña, tintinea avisando que su amo se acerca.
Un trasiego de caballerías.
El cántaro, enristre a la cintura y en la mano el caldero. A por agua a la Fuente, las faenas de la casa esperan.
Hasta el año 1.975, no hubo agua corriente en las viviendas.
El abuelo nos había regalado un cantarillo de barro, a cada una.
Me gustaba acomodarlo en mi cadera y rodearlo con mi brazo derecho. Caminando con altanería, llegaba al Pilar, y con mucho cuidado no se colara una sangüijuela, esperaba que el agua rebosara por la boca del cántaro. Inma me imitaba, y luego me seguía, mirando hacia los lados, escondiéndose. Daniel, había jurado quebrarle el cántaro. Y nos esperaba escondido en el Callejón de los Porras, y nos hacia correr para escapar de sus malas intenciones. Un fatal día, lo consiguió. Inma lloraba inconsolable, su cántaro, su precioso cantarillo.

En una mano el coscurro de hogaza y en la otra la onza de chocolate, pasábamos calle adelante hacia Plaza, donde el resto de la chiquillería nos esperaba, claro que también nos esperaba apostillada en las Escalerillas, Encarna la de Angélico, y en un abrir y cerrar de ojos Inma se quedaba mirando su mano vacía, su onza de chocolate había desaparecido. Encarna, la miraba desafiante mientras saboreaba el dulce cacao.

“A tapar la calle que no pase nadie....”. La Plaza se llenaba de canciones de comba: “Doce son los Hijos de Jacob....”, “Pluma, tintero y papel....”. De canciones de corro: “Donde están las llaves?, matarile, matarile...”. Y así una tarde y otra.

A la “piola” no me gustaba jugar, ni al “pirri”. Mi constitución física no me permitía saltar sobre la espalda de otra niña, ni ir empujando a la pata coja, un trozo plano de piedra sorteando las distintas fases de los cuadrados. Cuando nos reuníamos con los niños, tomábamos el pueblo. Los juegos más populares: “El Alto” y “Piedra Libre” dos variantes del famoso Escondite. En el primero se jugaba por grupos y eran eliminados aquellos que eran descubiertos. El segundo era individual, uno se la “quedaba” mientras el resto se escondía, si eras descubierto te eliminaban, pero si conseguías llegar a la esquina que era la meta sin ser visto, gritabas a los Cuatro Vientos: “piedra libre por mí”. Estabas salvado.

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