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sábado, 14 de febrero de 2009

"EL PUEBLO" 6º Capitulo



Andábamos nerviosas, inquietas. Este 14 de Septiembre de 1.970, estábamos en el Pueblo.

Santo Cristo, nuestro Patrón, el Patrón de Lújar. ¡Las Fiestas!.






Mirábamos la Loma Tarajá sin parpadear, esperando vislumbrar una pequeña polvareda, prueba inequívoca de que el camión con los músicos llegaba al Pueblo. Corríamos ilusionadas, Cuesta del Calvario arriba, a esperar a la Banda. La chiquillería tras la música por las calles empedradas y los seseantes zumbidos de los cohetes, anunciaban el comienzo de las fiestas patronales.


Tras la Misa solemne, concierto en la Plaza a cargo de la Banda de Música.


















Por la tarde, por las calles del Pueblo, con la fresca, la Procesión del Cristo, en sus pequeñas andas, rebosando de flores, esparragueras y nardos. Los más pequeños abrían el solemne cortejo con la Cruz de guía y los cirios, las mujeres, ordenadas en dos filas, con velas, con recogimiento unas, otras con pequeños secretos al oído. Luego el Cura y el Paso, llevado a hombros por cuatro hombres, detrás el resto de varones, en grupo, sin orden, venerando a su Santo Patrón.
No es fácil describir el sentimiento, hay que vivirlo. La interminable traca de pólvora, ensordece tus oídos, la música, el olor a cera, la multitud fervorosa en la Plaza y la visión de Cristo asomándose al cancel de la Iglesia, hace que un escalofrió recorra todo tu cuerpo, una lágrima se desliza suavemente por tu mejilla, un suspiro profundo devuelve la respiración contenida. Desde tu interior y en silencio, le gritas: “Gracias”.
Y la Corrida de Cintas.
Durante las tardes de estío, las “mozuelas” del Pueblo, bordaban con primor, cintas de colores, que luego se colgaban en alto, a lo ancho de la calle, entre la Plaza y la Escuela.
Los “mozuelos”, cual hidalgos jinetes sobre mulos aparejados con arreos de gala, habían de pasar bajo la guirnalda variopinta, y empuñando un afilado trozo de vara, ensartar la anilla sujeta a la cinta. Como pájaros libres de su jaula, las cintas revoloteaban, desplegando sus primorosas labores y desvelando el nombre (secreto hasta ese momento), de su creadora.
Se las conocía como “Las Manolas”. El último día de las fiestas se las agasajaba con un baile.




Bajo un inmenso cielo parpadeante, con infinidad de estrellas, la música inundaba el aire, y la alegría reinaba soberana.
El Conjunto, grupo musical que amenizaba el baile, complacía, una a una, las peticiones de su “público”: pasodobles, rumbas, tangos... y la canción del verano, para los más jóvenes.




La pista de baile, al aire libre, instalada entre la Escuela y el Salón Parroquial, quedaba a un nivel más bajo de la calle principal, por lo que le permitía a las mujeres de más edad, “vigilar” unas y “cotillear” otras. Bajo ningún concepto, entrarían a formar parte de la verbena.
La baranda de troncos y ramas de pino, bordeaba toda la pista, impregnando el aire con su olor inconfundible a verde y resina.



Con el Gordo, a las doce en punto de la noche, las fiestas daban fin. Empezaba en ese momento la cuenta atrás para otro Santo Cristo. Y final del verano, vuelta al Colegio.
Era el momento de las despedidas. Los que habían emigrado a Barcelona, Mallorca, Almería, no volverían hasta pasado un año. Cruda realidad del andaluz de aquella época, obligado a dejar su tierra, su familia, su hogar, a cambio de un sustento para los suyos.

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