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jueves, 12 de febrero de 2009

"EL PUEBLO" 3º Capitulo

El abuelo pasaba largas temporadas en el pueblo, ocupándose de las labores del campo y disfrutando de los quehaceres agrícolas. Sobre 1.964 realizó la primera remodelación de la casa convirtiendo la cuadra y el corral, en cocina y patio, donde ubicó un pequeño inodoro y una ducha pero sin plato, con un sumidero. Habilito la habitación de aperos, en nuestro dormitorio y la cámara del catre en sala de estar. La antigua cocina paso a ser solo la habitación de la chimenea.
En obras posteriores con motivo de que su otra hija, mi tía Antonia comenzara a visitar el pueblo (maestra nacional, por fin le dieron plaza en una escuela de la provincia de Granada), nuestro dormitorio pasó a ser el de mis tíos y nosotras nos “mudamos” al zaguán donde nos instaló un precioso cuarto. La cocina también se transformó y se elevó a la altura del resto de la casa, quedándose el patio más bajo. Y por fin un aseo completo, minúsculo pero con todo
sus sanitarios. Corría ya 1.972. Así quedó la casa, hasta el 2.005 en que mi madre realizó una pequeña obra en la sala y abrió un gran balcón a la azotea.
Sobre 1.970 construyó el garaje en una parte de la finca del Rincón.

El abuelo con Salvador el albañil, en el Rincón, en la obra del garaje

Los años se sucedían uno tras otro, la vida avanzaba y el país también. A finales de los 60 y principios de los 70 los españoles de la Capital, podían disponer de vehículo propio, teléfono, lavadora, refrigerador y televisión. La vida laboral se hacía cada vez más estable y los sueldos permitían ejercitar el consumo, aunque para ello hubiera que firmar un elevado número de “letras” bancarias que harían frente a los pagos.
Mi padre se compro su primer turismo, un Simca 1000.


Los viajes al pueblo se hicieron más continuos, ¡..y más rápidos, yo sólo tardábamos tres horas en llegar!. Mi estómago, a pesar de la modernidad, seguía jugándome malas pasadas.
Había rumores de que se iba a asfaltar la carretera, pero eran sólo rumores. Lo cierto es que seguíamos circulando por tierra y piedras, de modo que cuando llegamos al pueblo, el magnífico vehículo blanco estaba cubierto de polvo y barro, y con la cubierta del delco llena de picotazos y bollos.


Pero para mi padre eso no era impedimento, había que irse al pueblo, acababan de abrir la veda, primero voleteo y luego los puestos, el reclamo de la perdiz. Los fines de semana eran un trasiego de perros, perdices, escopetas y cazadores.
Mi madre soportaba estoicamente las interminables tertulias frente al fuego, en las que mi padre debatía acaloradamente sobre el apasionante mundo de la caza, unas veces con Juan Medina, otras con Paco “el correo”, otras con Paco Pérez y otras todos juntos.
Ocurrió en más de una ocasión que la noche había pasado, entre vasos de vino, tabaco liao, y anécdotas mil, y desde allí mismo, desde la cocina, salían escopeta al hombro, canana a la cintura, y reclamo en la espalda, a vivir otro más inenarrable puesto de alba. Entonces mi madre se iba a dormir.
“Juan Medina”, en realidad se llama Eulogio, fue el compañero de caza de mi padre, él le enseño todo sobre este arte, le hizo conocedor de la Sierra, de las veredas, de los cucones de agua,....... del cómo, porqué y cuando de cada especie cinegética. Y lo convirtió en un apasionado de la perdiz roja.
Mi padre ya no esperaba que llegara su mes de vacaciones, podía permitirse ir todos los fines de semana al pueblo, y en Navidad, y en Semana Santa,... y nosotras todo el verano, eso si, con el abuelo.


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