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viernes, 13 de febrero de 2009

"EL PUEBLO" 5º Capítulo





El abuelo Francisco en el Rincón




Agosto era breve, 31 días, se esfumaban, uno tras otro, entre la brisa de las tardes estivales, pero lo vivido era tan intenso que cada instante, cada situación, cada experiencia, iban dejando huella, aprisionando mis sentimientos, atrapándome, hundiendo cada vez más profundas mis raíces, en aquella tierra dura, firme, afable, sobria, donde el tiempo se había detenido, donde la paz que se respiraba te hacía sentir inmensamente dichosa.




El Simca


Todo empaquetado. El Simca listo para iniciar el viaje, ¿y las niñas?, las niñas, ¿dónde están las niñas?. Mi padre, nervioso no dejaba de recriminar a mi madre lo consentidas que nos tenia, siempre en la calle, siempre jugando, y a la hora de irnos, nadie nos había visto. Apurábamos hasta el último instante, tardaríamos en volver, la Navidad, ¡quedaba tan lejana!. Por fin, aparecíamos ó nos encontraba mi madre, en la Plaza, en el ojo de la alberca ó en casa de Lourdes.
¡Ah, un momento, este año Santo Cristo cae en sábado!.



Rondaba el año 1.969. En la casa de al lado, se instalaban unos nuevos vecinos, Rosa y José. Hasta esa fecha habían vivido durante dieciocho años en tres cortijos de la zona, La Monja (dos años), Volabero (12 años) y Mora (dos años). Fruto de su matrimonio: Lola, Rosa, Elisa, José Antonio, Encarna y Ángel. Volabero, una finca cercana al pueblo, se levantaba mirando al mar, de espalda a la Sierra, donde termina el Alcornocal. Un gran pozo, abastecía de agua a la familia y regaba los huertos, donde José cultivaba cereales, frijoles, tomates, patatas, coles, habas, así como almendros, olivos y algarrobos.



Multitud de cortijos rodeaban al pueblo, Mora, Trujillo, El Escribano, La Casilla, El Aljibe...., todos habitados, llenos de vida. Y el de Las Piedras, también conocido como el de La Viuda, este era el más importante. Era la casa solariega de D. Carlos, dueño de un interminable paraje, incluido el Alcornocal. Hoy día, el magnífico conjunto rural, se encuentra en completo abandono, en ruinas. Su espeso y extenso paseo de pinos piñoneros, intransitable. La Mina (nacimiento natural de agua), seco. La Ermita, derruida. El Molino, sin el preciado óleo. El horno, sin su hogaza de pan crujiente. La Casa, sin ajetreo de vida.



Rosa, la segunda hija, de mis vecinos Rosa y José, volvió al pueblo, junto a su familia. Tenía doce años.
Desde pequeña, vivió con sus tíos, Mariano y Elisa, en Gualchos, localidad cercana al Pueblo.
El matrimonio no tuvo hijos, pero criaron a su sobrina como a una hija propia.
Y nos conocimos.
Encontré en Rosa a la mejor compañera, a la mejor amiga. Nuestra corta edad nos hacia cómplices. Compartíamos sueños, descubrimientos, alegrías, fracasos, éxitos.
Juntas dimos fin a nuestra infancia, nos aventuramos en la adolescencia, llegamos a la juventud y, disfrutamos ahora de una inmejorable madurez.

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